Querido Francisco Javier

    Quizá, a algunas personas pueda parecerle que no poner el "San" antes de tu nombre es poco respetuoso, pero la verdad es que nos conocemos hace tantos años que la familiaridad no requiere tratamiento.

    Hemos charlado en muchas ocasiones, pero nunca te había escrito una carta. Ahora, por aquello del Internet... aquí me tienes. ¿Cual es el motivo de esta carta? Pues verás: quiero decirte lo que tú como icono me sugieres.

    Fuiste un joven, cuando estabas estudiando en París, como tantos jóvenes de hoy en día: alegre, divertido, un poco juerguista, apasionado por el deporte y deseando triunfar en todo. Tu amigo Ignacio, el que te prestaba dinero cuando tu no lo tenias, te repetía muchas veces, que de que te servia triunfar en el mundo, si perdías lo más esencial de la vida: tu alma.

    Después de tu conversión te encuentro como un joven apasionado por Cristo y entusiasmado por llevar su mensaje a todos los confines del mundo: la India, Japón e incluso a China.

    Tu pasión fue desbordante. Fuiste capaz de dejar todo: familia, amigos y compañeros a los que tanto amabas. A partir de tu marcha no volviste a verlos mas, y sus cartas para ti eran como el aire fresco que aliviaba tu soledad.

    Fuiste emprendedor, sin temor ni desaliento, a pesar de que las condiciones que encontrabas y en las que vivías te eran adversas.

    Tu gran corazón se mostraba sensible y lleno de amor a los demás, nunca tenias en cuenta sus defectos.

    Confiabas en Dios sin límites y esto te hizo capaz de tener grandes ilusiones y deseos de realizar todo aquello que permitiera extender el Reino. Orabas y contemplabas.... el Señor, tu amigo, te escuchaba y te mantenía firme en la fe, fortalecía tu espíritu.

    En una de tus cartas dices que te preocupaban los intelectuales europeos porque sólo se interesaban por la ideología y la política. Hoy los europeos estamos muy preocupados por el dinero, el poder y el placer, y tus palabras nos interpelan nuevamente.

    Querido Javier, viviste la vida apasionadamente, amaste sin medida y te entregaste hasta el fin. Tu vida estuvo llena y fuiste feliz a pesar de tantos problemas y contratiempos. Gracias, por cómo viviste tu vida, que hoy nos sirve de modelo a las Javerianas. ¡Ayúdame a crecer en espíritu apasionado por Cristo! Aumenta mi esperanza e ilusión como tu siempre tuviste, y haz que mi vida de oración y contemplación sea una transparencia de mi unión con Dios.

   Hasta siempre...